ALFIE ( 2004) Charles Shyer
Mi vida es solo mía, pero no tengo la conciencia tranquila. Y si no tienes eso, no tienes nada.
Hay momentos en la vida que tienen una estructura muy parecida. A partir de una crisis que se desarrolla hasta lo que parece un desenlace fatal (una separación de pareja, la ruina económica, la rendición en una batalla, la muerte…) en un momento dado sucede algo paradójico:
Encontramos la serenidad
Pongamos un ejemplo. Imagínate que haces un viaje con un pequeño grupo de amigos. Pero las cosas no salen bien. Alguien se despista, se pierde, y además tiene el teléfono móvil sin batería. Empiezan los nervios, la preocupación. Perdéis un vuelo, o un tren, y el siguiente no sale hasta el próximo día. No tenéis reservado nada para pasar la noche, y como es temporada alta está todo ocupado o tiene un precio muy caro. Finalmente, entre enfados y reproches, se decide pasar la noche en la estación de tren.
Es muy posible que esta situación acabe con ataques de risa por cualquier tontería y con el recuerdo de una de las mejores noches de tu vida.
¿Por qué ocurre esto? ¿No nos podríamos haber ahorrado los malos momentos y pasar directamente a la diversión?
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Una de las fuentes de nuestro sufrimiento es el apego que tenemos a las cosas que nos rodean. Las propiedades materiales, nuestra posición social, nuestra salud, nuestros títulos, nuestros logros, nuestras relaciones afectivas (familia, pareja, amigos…). Todo conforma una colección de propiedades con las que nos identificamos, y si algo de esto corre peligro sentimos que somos nosotros mismos los que estamos en peligro.
Por esta razón nos rebelamos; nos negamos a perder algo que creemos que nos pertenece. Si perdemos nuestra pareja, o perdemos nuestra salud, o perdemos nuestro tiempo dedicado a un hermoso viaje en una oscura estación de tren, es como si nos quisieran arrebatar nuestra propia identidad.
¿Quién soy yo sin mi pareja, o sin mi salud, o sin mi familia, o sin mis propiedades?
Lo que sucede después de una crisis y de los intentos desmedidos y sin éxito por resolverla, es que, finalmente, nos rendimos; lo damos todo por perdido. Y en ese momento podemos encontrar la paz. Nos damos cuenta de que nos aferramos a cosas que no nos pertenecen realmente. Y lo curioso es que nos sentimos liberados.
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En el remake de la película Alfie (2004) de Charles Shyer, el protagonista (Jude Law) es un seductor que vive sin comprometerse con nadie. Usa trajes caros, un coche elegante, y lleva una vida aparentemente placentera. Empieza la historia diciendo: nunca dejo que nadie entre en mi piso.
En el discurso final, hace un repaso de todo lo que tiene, pero aun así no se siente bien. Por un lado piensa que no ha sido agradecido con las personas que le han dado su compañía y su apoyo, pero además está la idea de que para identificarse habla de lo que tiene, y todo aquello que tenemos solo es temporal, incluso la propia vida.
¿Y qué tengo?: Unas monedas en el bolsillo, algunos trajes caros, un coche elegante a mi disposición… y estoy soltero, sin ataduras, libre como un pájaro. No dependo de nadie, y nadie depende de mí;
Mi vida es solo mía, pero no tengo la conciencia tranquila. Y si no tienes eso, no tienes nada.
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Cuando una persona seductora, joven y atractiva, con éxito en sus conquistas, no encuentra la satisfacción personal, hay que preguntarse dónde está el error.
Lo que sabemos es que ser agradecidos con las personas que nos apoyan es importante, y que practicar el desapego con aquellas cosas que nos rodean nos hace ser más auténticos.
Sobre la importancia de la gratitud hay un proverbio chino que encierra mucha sabiduría en muy pocas palabras:
Cuando bebas agua, recuerda la fuente.
Por otra parte, practicar el desapego no significa menospreciar las cosas que tenemos, sino asumir su pérdida desde el principio. Disfrutarlas como un regalo, pero saber que están de paso, como nuestra propia vida.
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